domingo, 27 de septiembre de 2009

Carta (de amor) que algun día mandaré (y espero que nunca leas).

Comienzo tachando de amor y limpiándome los mocos donde antes me limpiaba las lágrimas donde siempre te tumbas. Estoy demasiado congestionado para percibir todavía tu olor, así que como tantas otras noches juego a imaginármelo. La práctica le da credibilidad.
Parece que aún estás ahí, boca abajo, con tus largas piernas dobladas sobre tu vaya-culazo-que-te-hace-ese-vaquero-nuevo, y tu rostro, tan sublime como siempre, bien apretado contra la almohada para que no se quede ni una gota de olor en ti. Juego a mirarte y juegas acertando en el momento justo para mirarme con tu sonrisa, con lo que sonrío y te pongo la mano en la espalda, juguetona, hasta tocarte el culo. Es sólo el principio.
Me expresas tu particular cariño en forma de reproche y me das alas para seguir, aunque siempre advirtiéndome del riesgo de no acabar.
Lo siguiente es enfadarme, para darte la espalda, porque sé, que así, sentiré tu brazo y tu pierna derecha sobre mí. Muy cerca y escuchando tus mismas palabras cada día. Trato de encontrar tu mano y cuando lo consigo la aprieto, la aprieto fuerte. Entonces, sin soltarme, trato de girarme para sentirte tan cerca pudiendo verte, pero si no te lo pido, te sueltas.
Ahora toca el olor de tu pelo en mi almohada. Ya no hace falta jugar a mirarte, mi mano se abalanza y se muere por tocarte. Tú no te mueves, cambias el rostro, cambias la voz cuando exclamas, pero no te mueves. Sonríes. Te toca enfadarte. Rápidamente te giras y es mi turno. Te abrazo y te miro desde arriba. Busco tu boca escondida y sonriente. Pero te escondes. Te quito el pelo para encontrarte, y aparece mi arma, tu débil, mi fuerte. No te mueves, te estremeces. Me dices lo de siempre y ya no te enfadas. Te giras y yo me quedo inmóvil. De cerca, frente con frente, nos miramos. Te pido que me abraces. Sonríes y me abrazas. Nos perdemos en la oscuridad de la cercanía y el tiempo pasa con pies de plomo. Eso es el tiempo. Tiempo en el que te siento. Tiempo en el que vivo. Tiempo en el que quiero vivir. Tiempo en el que te quiero.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Rayuela

Se escuchaba la respiración consciente de los nervios que tenía. Estaba sólo en casa y no podía parar de pensar en ella. Se había ido y lo había hecho casi sin despedirse. Hacía frío y los temblores no ayudaban a calmarse. Tenía que leer dos libros en algo más de una semana y le daba miedo seguir haciéndolo. Leía y se metía en la piel del autor. Días más tarde, parecía autobiográfico. Seres maravillosos y tiempo parado por la oscuridad de la música cómplice. El morbo de lo prohibido. Otra vez, como en ese otro libro. Seguía nervioso y no quería seguir leyendo. No sabe como acaba el libro, pero sobre todo, hay muchas cosas que no entiende. Demasiada música americana y europea de los años 40. Mucha filosofía. Mucho arte. Mucha cultura. Y él, un inculto cualquiera, no quería leer ni una línea más sin entenderla toda ella. Tenía todo el tiempo del mundo por eso quería llegar hasta el final. Todo libro tiene un final bonito o un final sin más, pero una historia así no podría quedarse sin un final.. Y por eso, en contra de sus nervios y el frío de aquella noche, iría a la cama a entrar en calor a leer.
Hay dos libros dentro del mismo libro. Por eso, tranquilo, vacilón, juguetón y un poco cabrón, aunque siempre alentado por su calor, leería hasta acabar, consciente de tener un final alternativo. Otra historia que leer. Otro cuento que escribir. Otro final que poner. Otra alternativa.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Play

Habiendo canciones perfectamente escritas y bien cantadas sería estúpido tratar de escribir algo que se le parezca. Pero será esa manía de hacer aquello que los demás tildan de estúpido, de raro, de no bueno. Bien, yo prefiero llamarlo alternativo y me quedo con la bohemia de mis intentos. Me gusta y con eso me vale. Me hace sentir bien y me da confianza para seguir. Pero seguimos, seguimos con ese miedo que nos impide mirarnos a la cara para decirnos lo absolutamente raros que queremos ser. Es en días como este, o noches como aquella, en las que me acuerdo de las líneas de Rayuela en la que el Cíclope se apodera de nosotros, y así, monoculares, jugamos a vernos en la oscuridad de nuestras sonrisas más profundas, y por ello, poder abrir los ojos, cada uno el nuestro, y ver que en realidad tenemos dos cada uno y todo esto es de verdad.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Marionetas invisibles. La Palabra.

Esas fueron las últimas palabras enunciadas por el Sabio antes de desaparecer. Eran las seis de la mañana y su cuerpo no quería soportar más anestesia. Sabía perfectamente lo que pasaba, llevaba meses pensándolo pero jamás pensó que ocurriría tan pronto. Se marchó gritando lo que trató de explicarle a La hija del apoderado hasta que llegó a su casa, donde dos semanas más tarde, agentes de la seguridad lo encontraron muerto tras ser varias las sospechas de su desaparición.

Meses después, tras la investigación de las causas de su muerte, se averiguó que fue voluntaria. Se suicidó. Pero antes de hacerlo, en uno de sus arrebatos de divulgación de sus ideas, dejó en su cajón de su mesita de noche, una fotografía suya de antes de su muerte escrita y titulada La Palabra:

"Muchos de vosotros diréis que el loco del pueblo se suicidó. Otros diréis que ya no aguantaba más, que su cabeza estalló. Pues bien, yo prefiero pensar, y por eso lo hago, que no es un suicidio. Es un nacimiento. Me mato para volver a nacer. No sé si lo conseguiré pero al menos quiero intentarlo. Está muy bien tener tus ideas pero hay que luchar por ellas. Como muchos sabréis, creo en la reencarnación. Y por eso lo hago. Me he cansado de esto que me ha tocado vivir. No lo puedo cambiar porque no es culpa mía. Tendría que cambiaros a todos vosotros. No sois capaces de ver aquello que no os importa. Y por eso me voy. No quiero ni entierros ni ceremonias por aquello de lo que siempre huisteis, no seáis hipócritas por favor, dejadme en paz. Como hasta ahora, seguid vuestras vidas de mentira y pensad que sois felices. ¡Sed felices! Yo no pude y por eso me largo. Me gustaría ver desde otro lado, desde el que sea, a todos vosotros como seguís. Ver si sois capaces de cambiar. Igual algo tan temido como la muerte os hace recuperar la visión. Aunque no creo, porque siempre os importé una mierda. Pero me gustaría, me gustaría veros desde otro lado. Y estoy seguro, que si algún día lo consigo, me haré notar.
Así que, queridos enemigos, causantes de mi feliz muerte, nunca os olvidéis de mí, porque a mi manera, estoy convencido de que siempre seguiré ahí."


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viernes, 18 de septiembre de 2009

Marionetas invisibles. La mujer del apoderado.

Las voces del sabio desaparecieron a lo lejos juntos con sus pasos. El silencio al que dio paso con sus últimas palabras se rompió con un hervidero de murmureos continuos. El Rey y el Carnicero, sorprendidos como uno más, dejaron de tener el protagonismo que todo el pueblo les había dado.
Sin embargo, el Sabio, se dirigió al único sitio en el que en todos sus discursos, panfletos repartidos, charlas y demás propagandas, siempre señalaba. Era el bar "El arrepentido", donde su dueño se ganó la fama de barman psicólogo que servía el único medicamento que a altas horas de la madrugada hacía efecto a quienes frecuentaban su local. Allí, como cualquier otro día a cualquier otra hora, estaba la mujer que hacía de ese lugar su segunda vivienda, si no fuera porque su dueño le echaba cada noche a la hora de cerrar. Era una mujer guapa, bien vestida, perfumada cada mañana y apestada cada noche, de buen ver, y con mucho dinero. Vivía sola, estaba casada pero su marido, por motivos de trabajo, no pasaba por el pueblo mas que una vez al mes. Era conocida como la Mujer de apoderado, y allí estaba una tarde más.

-¡Ya está aquí el listillo del pueblo! - se apresuró a vacilar en cuanto el Sabio entró por la puerta- ¿De qué nos quieres convencer hoy, del capitalismo en que estamos, de la farsa de país en que vivimos, de... -De que no sólo la puta eres tú, ¡putas somos todos!- Le cortó el Sabio con voz decidida. Ella, contenta artificialmente como era de esperar, reía a carcajadas. Cuando paró, por fin pudieron hablar.

-Vengo de la plaza de la charla del Rey y de mi amigo el Carnicero. Por fin ha pasado lo que tantas veces imaginé, la gente no veía a quien hablaba, sólo le escuchaba.

El Sabio, cansado de explicarle lo vivido en la plaza, dispuesto a marcharse por donde horas antes había entrado, fue cortado por la Mujer del apoderado:

-¿Y lo de las putas?, explícame lo de las putas.

-Putas somos todos. Todos queremos algo que no tenemos y para conseguirlo hacemos cualquier cosa. Yo mismamente, me emborracho para poder explicarle a gente cómo tú lo que no soy capaz de hacer un martes por la mañana. Eso es una forma de prostitución. Prostitución mental. Cambiamos embriaguez por facilidad de palabra. ¿Y tú? Tú cambias el dinero de tu marido por la compañía del barman, que piensas que te ayuda, pero sólo te cobra. Ves, él es otra puta, porque cobra. ¿Y los del pueblo? Los del pueblo más de lo mismo, creían que al acabar la charla del Carnicero repartirían cualquier cosa, cualquier cosa por estúpida que fuese les valdría, como tantas otras veces. Ellos cambian su tiempo por algo inútil. Cambian cualquier cosa por la novedad, por algo que no tengan.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

marionetas invisibles. El sabio


Cada vez eran más los gritos del público asombrado por lo que empezaban a ver. La situación, para algunos, volvió a la normalidad que se perdió en el momento en que los del escenario desaparecían cuando empezaban a hablar. Primero fue el Rey, que tendría que haber salido al escenario para presentar al Carnicero, pero para el asombro de todos, no salió, sólo se oía su voz enunciando sus palabras de elogio hacia nuestro protagonista. La voz de uno se alternaba con la presencia atenta e ilusoria del otro, no coincidiendo en ningún momento los dos en el escenario. Por eso, el público, acostumbrados en cierto modo, sin dejar a un lado el grado de fantasía de lo que estaba ocurriendo en su pueblo aquella tarde de invierno, exclamaba sorprendida al ver en pequeños periodos de tiempo a los dos, al Rey y al Carnicero, a la vez en el escenario.
El Carnicero, atónito entre tanto grito de asombro del público, y gritos en ningún caso comprendidos, dejó de hablar porque a lo lejos, entre el público, se oían las explicaciones de quien parecía entender el misterio.

-Amigos, sabía que esto pasaría algún día. Vivimos en un mundo de mentira, un mundo de egoísmos. Un mundo en el que no creemos más allá de lo que no vivimos. Somos tan egocéntricos, que ha llegado el punto, en el que lo que nos cuentan los demás deja de tener significado por el simple hecho de que es algo, que aunque queramos evitarlo, no nos atañe...

Era la voz del Sabio del pueblo, el Sabio comúnmente conocido. Siempre repartiendo folletos sobre la felicidad, las mentiras, las creencias y las ilusiones. Eran pocos los que le creían. Había alguno que incluso le seguía. No le rezaban porque detestaba la presencia de un ser superior. Él era fiel a su razón, a su conocimiento. Todos, absolutamente todos le escuchaban atentamente.

- Sólo queréis la felicidad personal. Vivís con indiferencia a los demás. Sólo os importan los vuestros, que lógicamente no son muchos. En este mundo, más de seis mil millones de personas se despiertan cada día y sólo pensáis en vosotros. Pero me alegro, me alegro mucho de lo que estamos viviendo. Vosotros, indiferentes a las palabras de mi amigo el Carnicero, escucháis como si de una película se tratase. No lo sentís, no lo interiorizáis. Y como la mente es mucho más lista que todos nosotros juntos, decide no ver aquello que no sentís. ¿No os dais cuenta? Vuestra propia mente os priva de vuestra libertad. Os reduce los sentidos por no sentir más allá de vuestros culos. Me alegro, me alegro mucho...

martes, 15 de septiembre de 2009

Marionetas invisibles. Dulzura

- Su gente nunca dejaba de sonreír, pero tendríais que ver sus caras cuando nos veían aparecer. Eran caras sinceras, se les veía contentos, tenían esperanza, y te ofrecían todo lo que tuvieran. Su compañerismo alcanzaba barreras insospechables. Hacían todo en cuanto tuviesen en su mano.
Pasaron más de dos meses hasta que comprendí por qué era el país de los sueños infinitos. Sus habitantes, da igual del pueblo que fuesen, se alimentaban de sus sueños. Había días que no podían comer. Raro era el día en que podían beber más de una vez al día un poco de agua. Pero aún así, viviendo en unas condiciones ínfimas, siempre sonreían. Y al final supe por qué.
Una tarde en la que la hija de la Posada y yo íbamos a un pueblo del sur del País, nada más llegar, conocimos a una niña de unos 7 años, rostro tímido con ropas viejas pero de color alegre. Tenía la cara claramente quemada por el sol pero su rostro reflejaba la más pura sinceridad y dulzura de una niña feliz de su edad. Desde ese momento, para nosotros fue la niña dulzura, Dulzura sin más para acortar, y gracias a ella supimos el porqué del nombre de su país...

El Carnicero, a gusto con el micrófono, como si un profesional del asunto se tratase, seguía hablando y cautivando las almas de todos los que le escuchaban.

- Dulzura nos dijo que no sonreían por que les hiciéramos gracia, ni porque tuviesen de por sí un gesto alegre, que lo hacían porque su día a día era un continuo sueño. Un sueño que sólo se detenía cuando por las noches dormían y comenzaban a soñar. Sí, sé que suena raro y confuso, pero tratar de interiorizarlo, creerme. Sus vidas son un sueño continuo. Sueñan con tener una casa con agua, luz. Con poder comer... Sueñan despiertos.

Gente del público, mirando al escenario en el que sólo estaba el Rey, y en una posición de trance, inmóviles totalmente, exclamaba:
"¡ey mirad, el Carnicero ha vuelto a aparecer!"

lunes, 14 de septiembre de 2009

Marionetas invisibles. La hija de la Posada

-Estoy muy contento de estar aquí. Como ya os ha dicho el Rey, acabo de llegar de un largo viaje. Viaje en el que he aprendido mucho, y por eso me han traído, para tratar de contároslo...

El público no tenía explicación para lo que estaban viendo: todo el que hablaba en el escenario, desaparecía, y cuando se callaba, aparecía, como si un juego de ilusionismo se tratara. A pesar de ello, quizás por el juego de magia en el que se veían metidos, escuchaban cada palabra con una atención infinita.

-Nada más llegar, -continuaba diciendo el Carnicero- me alojaron en una humilde posada a cambio de ejercer para su escasa clientela mi profesión familiar. Mi profesión de carnicero. Las cosas marchaban perfectamente, trabajaba por la mañanas, y por las tardes me dedicaba a conocer a sus gentes, a ayudarles en todo lo que podía. Pronto se me empezó a conocer por el pueblo como el extranjero fugaz, ya que todo el mundo había oído hablar de mi pero muy poca gente era la que conseguía verme más de dos minutos. Un día, al despertarme me vi metido en una rutina que no me gustaba, no me llenaba, me levantaba sabiendo que tendría dos horas de trabajo y lo que antes era una tarde de vocación se había convertido en una tarde de obligación. Por suerte, conocí a la hija de la Posada, que como os podéis imaginar, era la hija de los dueños de la posada en la que me alojaba. Y sí, me enamoré, pero eso no os importa demasiado. Me ayudó a salir de la rutina en la que poco a poco me habían metido, dejaron de llamarme el extranjero fugaz para llamarme por mi propio nombre, y las tardes de obligación habían pasado a ser tardes de transición entre los pueblos de los alrededores, ahora con su colaboración, para poner un poco más de nuestra parte y echarles un cable...

La voz del carnicero sonaba como una perfecta melodía y todo el mundo escuchaba entusiasmado.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Marionetas invisibles. El Carnicero


-Gracias por haber venido, hoy es un día muy importante para todos nosotros. Tengo el honor de presentarles a quien a partir de hoy se convertirá en el modelo social a seguir por todos nosotros. Mi amigo de la infancia y de profesión carnicero, recién llegado del país de los sueños infinitos, ha venido para contarnos su particular historia. Quiero que le recibamos con un cálido aplauso...-

La gente, fiel a su líder, empezó a aplaudir de manera desaforada hasta que cayó en un repentino silencio cuando vieron por fin al Carnicero. La voz del Rey seguía sonando por encima de todo el murmullo para alabar a su amigo, pero en el escenario sólo se veía al futuro modelo a seguir.
En un gesto de cariño y agradecimiento, el Carnicero dio lo que para todo el mundo fue un abrazo al aire. Entonces, sucedió.

-Estoy muy contento de estar aquí-, comenzó a decir el Carnicero. De repente, quien apareció de la nada en el escenario fue el Rey, y el Carnicero, como por arte de magia, desapareció, aunque su voz seguía oyéndose a la perfección, incluso por el Rey, quien escuchaba con admiración y ajeno a todo el desconcierto general.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Marionetas invisibles. El rey


Se sostenía en equilibrio con la duda puesta en los nudos de sus cuerdas. Era el rey, y como cualquier otro, vestía majestuosa capa, melena impoluta sujeta por su corona de honor y zapatos de oro. Pero aún no estaba seguro de sí mismo. Era invierno y por culpa de esos días fríos le costaba coordinar sus pasos y el camino se complicaba todavía más.
La gente, ansiosa, aguardaba su llegada y su aparición se hacía esperar. Su voz, peculiar como el cargo que le había tocado vivir, empezó a sonar a lo lejos y cada vez más clara.
"Amigos, ya estoy aquí", -dijo-.
La gente, asustada, le oía pero por más que miraban no se le veía por ninguna parte.

-Gracias por haber venido, hoy es un día muy importante para todos nosotros...

domingo, 6 de septiembre de 2009

Días feos de septiembre

Hoy me han preguntado si escribo para desahogar. Bien, es buena pregunta, no quiero dar una mala respuesta:
No, desahogar no es la palabra. O quizás sí. Englobar todo un por qué en una sola palabra no es tarea fácil.
Lo hago, en primer lugar, porque es más fácil que no hacerlo y tenerlo por siempre ahí metido. Es una forma de evasión, ese rincón al que poder acudir los días de tormenta, o las terrazas a pie de playa en las que beber cerveza los días bonitos de septiembre. -Los días de septiembre siempre siempre eran bonitos-. Escribo, porque una vez leí, a mi estimable bohemia revolucionaria, que al papel no se le puede mentir. Se le puede mentir a tu mujer en tus bodas de plata, se le puede mentir a un cura el día de tu boda, se le puede mentir a tus padres, pero tú ,sólo, con tu música o sin ella, y tu folio en blanco, ahí no caben mentiras.
Quizás escribamos, no sólo yo, por eso. Para compensar las mentiras que cada día nos inventamos.

Si me preguntan por qué yo diría por nada, si me preguntan cómo yo diría por qué.