lunes, 1 de octubre de 2012

Mirar arriba para no mirar atrás.

Me acuerdo de mi primera guitarra, aún la conservo y de vez en cuando recordamos lo felices que eramos aprendiendo a hacer los acordes de sol. En realidad he tocado y disfrutado tres guitarras a lo largo de mi vida. La primera vivía aún en la casa antigua de techos altos y crujidos por definición. Era española, venía con una funda maravillosa con un bolso para guardar las canciones, el afinador que, ese sí, nunca te he sido infiel y sigo necesitándote cada día, y cada vez sonaba mejor. Yo creo que era su forma de decirme que me quería. Nos mudamos juntos de casa y aprendimos ahí el acorde de fa. Pero unas navidades alguien más entró en nuestra habitación. Me habían regalado una guitarra electroacústica que inmediatamente bauticé con los mejores acordes que años atrás había aprendido con la española. Pero nuestra primera etapa juntos duró poco, a los 7 meses un viaje inesperado de casi un año nos separó y es ahí donde conocí a la tercera en discordia. Era española pero hecha en china y se nos rompió el primer día que nos la regalaron. Digo en plural porque no era solo mía, fue una relación complicada. Pues fue la hispano-asiática la que me hizo darme cuenta de lo que necesitaba a mi electroacústica.
Al volver del viaje de casi un año nos reencontramos, estábamos contentos de volver a vernos, de seguir molestando a nuestro alrededor por las cosas que sólo nosotros entendíamos.

El problema viene ahora. Encontré meses atrás cierta estabilidad. Trabajo, nueva ciudad, nuevas compañías, nuevos ambientes, y ella. Pasó un día entre semana que volvía de trabajar y cambié la dirección de vuelta a casa por otra con ningún destino concreto porque el calor que hacía no era tanto como para meterse en casa y esperar hasta las 10 para cenar y mañana será otro día. Una pequeña tienda de música se cruzó en mi camino y allí estaba ella: la primera impresión fue muy buena, una guitarra eléctrica de tonos oscuros. Pasaba desapercibida por estar rodeada de un gran piano de cola y varios instrumentos de viento dorados y con muchas clavijas, pero me llamó la atención.
Una vez en casa, antes de cenar y aprovechando la paz de estar sólo en casa, me puse a tocar con mi guitarra, mi electroacústica. No sonaba nada mal, el mástil y las cuerdas y los trastes y mis manos se conocían a la perfección, pero en mi cabeza no paraba de pasar una y otra vez la imagen de la eléctrica de la tienda de música entre mis brazos. Cené y esa noche dormí bien, como siempre.

Ha pasado más de un mes desde el día que la vi. Han sido más de uno los días que he vuelto al mismo escaparate, y muchos los días en que me quedé con ganas de ir. Duermo bien cuando paso por delante de la tienda y sueño con afinarla y tocar cualquiera de jack johnson los días que no. 

Y hay un problema más. Mi electroacústica me mira en la distancia y la tienda de música va a cerrar, ella me llama cada vez que la vuelvo a mirar pero son muchos los miedos, y entre ellos que el tiempo corre. Aunque sea en bajo, sin amplis y sin enchufar. Un acorde de do.
O de mi.