lunes, 19 de noviembre de 2012

El precio del amor a primera vista

Me pilló impune cuando volvía de un buen día en el trabajo. No tenía prisa, no hacía ni frío ni calor, llegar a casa no era una urgencia y sus ojos se clavaron en los míos a más de 10 metros; decir que no tenía un momento era mentir, y con esos ojos, yo no sé mentir.
Se llamaba Sofía, me miraba fijamente mientras sonreía sin parar a pesar de los pesares. Podría estar tenso pero se me hizo corto, no nos vamos a engañar. 
Me preguntó que si era de Madrid, cuánto tiempo llevaba aquí, si trabajaba, por mis raíces, mi móvil. Todo lo que esperas que alguien como ella te pregunte sin parar de mirarte a los ojos y sonriendo. -Qué sonrisa!
Entre pregunta y pregunta, entre dato y dato demoledor, mi cabeza me taladraba el subconsciente diciéndome que debería aceptar, que debería hacerlo, pero no por ella, por responsabilidad moral y por coherencia con la gran suerte que he tenido (MUCHA) y que cientos de miles de personas en mi situación no.
Paralelamente el otro lado de mi cecebro me hacía creer que me llamaría. Te llamará, te llamará, te llamará...

Han pasado menos de dos horas y me ha llamado. Al otro lado del teléfono seguía sonriendo y me ha preguntado qué tal estaba.  Contesté que muy bien y devolví la cortesía. A continuación le he dado el número de cuenta y ya soy socio de la Cruz Roja durante los próximos 6 meses.