Cada vez eran más los gritos del público asombrado por lo que empezaban a ver. La situación, para algunos, volvió a la normalidad que se perdió en el momento en que los del escenario desaparecían cuando empezaban a hablar. Primero fue el Rey, que tendría que haber salido al escenario para presentar al Carnicero, pero para el asombro de todos, no salió, sólo se oía su voz enunciando sus palabras de elogio hacia nuestro protagonista. La voz de uno se alternaba con la presencia atenta e ilusoria del otro, no coincidiendo en ningún momento los dos en el escenario. Por eso, el público, acostumbrados en cierto modo, sin dejar a un lado el grado de fantasía de lo que estaba ocurriendo en su pueblo aquella tarde de invierno, exclamaba sorprendida al ver en pequeños periodos de tiempo a los dos, al Rey y al Carnicero, a la vez en el escenario.
El Carnicero, atónito entre tanto grito de asombro del público, y gritos en ningún caso comprendidos, dejó de hablar porque a lo lejos, entre el público, se oían las explicaciones de quien parecía entender el misterio.
-Amigos, sabía que esto pasaría algún día. Vivimos en un mundo de mentira, un mundo de egoísmos. Un mundo en el que no creemos más allá de lo que no vivimos. Somos tan egocéntricos, que ha llegado el punto, en el que lo que nos cuentan los demás deja de tener significado por el simple hecho de que es algo, que aunque queramos evitarlo, no nos atañe...
Era la voz del Sabio del pueblo, el Sabio comúnmente conocido. Siempre repartiendo folletos sobre la felicidad, las mentiras, las creencias y las ilusiones. Eran pocos los que le creían. Había alguno que incluso le seguía. No le rezaban porque detestaba la presencia de un ser superior. Él era fiel a su razón, a su conocimiento. Todos, absolutamente todos le escuchaban atentamente.
- Sólo queréis la felicidad personal. Vivís con indiferencia a los demás. Sólo os importan los vuestros, que lógicamente no son muchos. En este mundo, más de seis mil millones de personas se despiertan cada día y sólo pensáis en vosotros. Pero me alegro, me alegro mucho de lo que estamos viviendo. Vosotros, indiferentes a las palabras de mi amigo el Carnicero, escucháis como si de una película se tratase. No lo sentís, no lo interiorizáis. Y como la mente es mucho más lista que todos nosotros juntos, decide no ver aquello que no sentís. ¿No os dais cuenta? Vuestra propia mente os priva de vuestra libertad. Os reduce los sentidos por no sentir más allá de vuestros culos. Me alegro, me alegro mucho...