Apareces en una realidad paralela en la que, según llegas a la habitación y sin saber cómo, pero pareces no sorprenderte lo más mínimo, estoy dormido en la cama en el lado más cercano a la ventana. E incluso respirando fuerte, que yo roncar no ronco. Te vas al baño con una calma que bien podrías estar de vacaciones. Abres el grifo de la bañera mientras echas pasta en el cepillo, no sin antes mojarlo, y lo vuelves a mojar, para frotar y quitar el mal (?) sabor de boca del último cigarro. No es el último.
Dejas en el bote de gel lo suficiente para la ducha de mañana, y consigues hacer tanta espuma que te impide ver el nivel de agua, sólo puedes guiarte por el ruido. —Esto lo sueles hacer bien, lo del ruido digo.
Yo mientras sigo respirando fuerte, que roncar yo no ronco.
Al rato apareces desde baño con una toalla abrazándote como si le fuera la vida en ello, y además con ese color blanco que sólo los buenos hoteles consiguen mantener día tras día.
Me despierta el olor a gel mezclado contigo, o tu olor mezclado con el gel —nunca sé por dónde empezar—, la envidia a la toalla por sus brazos que no te sueltan o por su color blanco que no se inmuta. Pero intento recordar el sonido que hago cuando respiro fuerte, porque roncar yo no ronco, y trato de imitarlo en un intento de hacerme el dormido. Parece que funciona porque tus intentos de repetir un segundo asalto, esta vez jugando en campo propio, pues la reserva está a tu nombre, acaban por ceder a mis dotes interpretativas en el arte de la respiración fuerte.
Me aprovecho de esta inventiva intempestiva para poner un comodín en mi mano.
Pasan más de diez minutos cuando empiezas a imitarme de forma burlona pero somnífera. Me das el pistoletazo de salida con cada respiración acompasada, las cuales aprovecho para mirar desafiante a la toalla en busca de mi venganza. Se me ha olvidado nombrar que caíste rendida tal y como te recuerdo; desnuda.
Ahora soy yo el que empieza a abrazarte, sin nudos pero con un blanco más claro. La toalla se desgañita entre arrugas y envidias tirada en una esquina.
Tú te desperezas entre risas y cosquillas.
Suena la alarma.