domingo, 23 de mayo de 2010

Acto II


Escuchad atentamente y confiad en lo que os voy a contar. Como os he dicho antes no me gusta llamarlo truco de magia. Prefiero decirlo truco de felicidad.
Esta forma de llamarlo empezó hace 17 años y unos pocos días. Era un catorce de abril de un año más, y era mi cumpleaños. En mi familia acostumbrábamos a celebrarlo con una tarta cada año repleta de velas muy muy grandes. Aquel día eran doce las que adornaban mi tarta, y recuerdo perfectamente las palabras que como todos los años, me decían mis padres antes de soplar las velas: 'anda hijo, pide un deseo y sopla las velas con la fuerza justa para que el humo desaparezca sin dejar huella. Si lo consigues, será porque realmente lo deseas, y como por arte de magia, tu deseo se cumplirá tarde o temprano'.

Y así fue, me vi cumpliendo mi decimosegundo cumpleaños, pidiendo como cada año el mismo deseo, y asombrándome una vez más de cómo se apagaban esas luces fruto de una increible sensación de felicidad.

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