lunes, 24 de enero de 2011

Talla S

Despierta, titubeante, dudando entre la consciencia propia de una larga noche, oía el silbar de la cafetera, continua, cada vez más alta, que la iba espabilando por medio del olfato, más que por su matutino cantar.
El olor a café ahogaba (o despertaba), el hedor encerrado en la habitación. Todavía quedaba la colonia en la camisa del suelo y el sexo en las sábanas arrugadas. Había dormido tres horas, el sol la dislumbraba, y lo único que rompia el monotóno tono de la cafetera, eran armarios que se abrian, cubiertos que se sacaban, cajones que se cerraban, y pasos sigilosos, demasiado sigilosos.
Después de incorporarse y percatarse de la resaca que tienía, recogió la camisa del suelo. Era azul con rayitas blancas, demasiada pequeña para sus pechos. La olió y le recordó al café y al sexo y a los pasos sigilosos. No recordaba tener ninguna así, pero le dio igual, se la puso.
Sonó la puerta, de repente. Los pasos sigilosos se convirtieron en imperceptibles. Los cubiertos dormían en el cajón, los armarios rezaban en pura armonía con sus puertas, la cafetera no silbaba, y ella, ella estaba de pie, en la habitación, con una camisa dos tallas menos de lo común, y un olor familiar.

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