miércoles, 29 de noviembre de 2017

Retrato

Son las contradicciones las que hacen buenas a las historias. Las que enganchan. Las que hacen querer seguir leyendo. 
Tengo dos formas de explicar este gran nudo:

La primera es una vuelta de 180 grados. Es darle la vuelta a la tortilla. Pero esta se cae por su propio peso, porque dar vueltas bien, pero no hay tortilla que valga sin huevos. La sartén está gastada de tanto rascar, se pega. Falta sal. ¿Quién se va a tragar esto?

La segunda es que todo transcurre en una linea recta. Estoy en A y quiero ir a B. No importa lo que hay antes, qué hay a los lados, de dónde vengo o por qué estoy en este nudo. Es no mirar más allá de tu ombligo. Y aquí coincido: porque ya no me quedo sin palabras cada vez que quiero explicar cómo es esto. Mismo hilo conductor, mismos besos, mismos ojos que no se secan por mucho que estén abiertos, mismas sábanas recordándote el domingo, mismo ritmo.
Coincido, aunque me sorprende ese nivel de vacío, de egoísmo. Empieza por la falta de respeto a los personajes que murieron hace veinte páginas y de los que te pavoneas este nuevo episodio. Continúa con el reseteo que implica los pasos firmes a estas alturas del cuento. Se argumenta con un ansia desbocada propia de un ensayo más que de una impro. Se confirma con un cariño inexistente por definición propia y hasta ahora ausente en el camino. Se afirma con un final abierto que da por hecho un próximo capítulo.

No hay comentarios: