domingo, 4 de octubre de 2009

Déjame que te cuente

Después de leerla una vez más, por fin se atrevió a romperla. La veía arrugada metida en la papelera cuadrada de la esquina de cualquier baño, con su bolsa de basura tres tallas mayor que la papelera, y por miedo a volver a leerla, finalmente la quemó.

Se trataba de la última carta que le había escrito. Hablaba de sus viajes, de sus ganas de verle, se sus miedos.
Esta carta se convirtió en su especie de libro de mesita de noche. Esos libros que todos tenemos (o deberíamos) en nuestra mesita de noche, para que antes de echarnos a dormir, leamos un cuento (su libro favorito era un libro de cuentos), o ese capítulo que sin saber por qué le hacía descansar mejor. Eran más de tres hojas escritas a doble cara con una letra bastante casual pero como siempre bien juntita.
Hacía más de un año que se había ido pero aquella noche fue incapaz de no leerla entera. Cuando leía sólo el principio había pasado un día de mierda. Le venía esa sensación de querer llorar y sólo le hacía falta la mitad de la primera hoja para acabar ahogando el llanto en su almohada: prometía más sinceridad, más confianza y le pedía más tiempo. Siempre quería todo el tiempo del mundo.
Los días normales, aquellos en los que te acuestas ni siquiera habiéndote masturbado, se conformaba con leer alguna palabra perfectamente localizada en las viejas hojas del tipo cariño, vida, o mi amor, para poder encender la televisión y poner cualquier cadena con el temporizador un máximo de media hora y esperar a levantarse a la mañana siguiente.
Sólo eran los días en los que caminaba por la calle contento, cantando su música sin importarle quien o quienes mirasen y pensaran lo que fuese de él, en los que leía la última parte de la carta.. Parte en la que únicamente relataba uno de sus momentos favoritos. Momento en el que jugaban. Momento en el que se conocían. Se atrevían a enfadarse para sentir el calor de la reconciliación. Momento en el que se abrazaban. Parecía una descripción de un guía de cualquier museo. El cuadro perfecto explicado parte por parte. El paisaje maestro del autor relatado con suma delicadeza. El paisaje: una cama, dos protagonistas, y muchas ganas de vivir.

Pero aquella noche era diferente. Había pasado mucho tiempo desde que esa carta se escribió. El trato que mantenían era el máximo que el tiempo pasado les permitía. Aquella noche no la cogió para buscar un revulsivo que le hiciese explotar, ni cuatro palabras que le hiciesen vivir, ni siquiera una escena que le demostrase lo que era querer. Sentía el tiempo encima como una pesada losa y aquella noche lo leyó y simplemente porque se acordó. Quería recordarla como lo que fue dejando a un lado lo que podría ser. Pasó página (tres) y vio lo valioso del tiempo. La arrugó y la tiró. Se sentía bien, pero tenía miedo de volver a leerla. Miedo de un día malo, de un día normal o un buen día. Por eso la quemó.
Tenía miedo de volver a recordarla. Miedo de volver a quererla.

3 comentarios:

cueto dijo...

escribe una jodida novela pero ya

Álex dijo...

cómo nos gustan los jodidos diálogos de las jodidas películas del jodido de Tarantino.

Por material no será, ¿eh? :D

Gema Berengema dijo...

Jeje..ten cuidado porque todos tenemos voces en algún rincón recóndito de nuestra cabeza, sólo hay que saber..."escucharlas"
Pd: es muy bonito lo que escribes